Caminos

Hace unos días, con esto del aniversario de Delibes, vi El Camino. Vi la película con los ojos con los que no leí el libro. Con los ojos de la edad y una vida que ha dado muchas vueltas. Que ha cogido demasiados caminos buscando, como dice el poeta Carlos Javier Morales, los escenarios de la comedia humana o la exploración, romántica hasta el extremo, de comprobar hasta dónde llega el Universo. Entendí mejor que nunca lo que el pueblo es a uno. Lo que a uno es el progreso: «vivir mejor que nuestros padres trabajando menos», dice Mochuelo. Yo ya no sé si esto lo hemos conseguido. Ya no concibo libertad sin dignidad.

También he estado leyendo Camino de perfección, de Pío Baroja. Todo va de caminos. Pero este camino es muy distinto -o muy igual- al delibesiano. Los caminos de Baroja son tormentosos y durísimos, ninguno llega a Roma, salvo que Roma sea nombre de mujer. Los hombres barojianos siempre están más para allá que para acá. El caso es que, aunque en una llanura segoviana se les aparezca el espíritu de Nietzsche y diserten moribundos durante años, al final todos anhelan lo mismo: amor y familia. Creer.

Ah, la familia. La familia barojiana debe estar alejada de toda injerencia pedagógica. Para ello, el padre y la madre han tenido que recorrer, cada uno a su forma, el camino de perfección. Dice Fernando Ossorio, protagonista icónico de toda la obra de Baroja , lo mismo que Andrés Hurtado en El árbol de la ciencia, al saberse padre, que «el dejaría a su hijo libre con sus instintos: si era león, no le arrancaría las uñas; si era águila, no le cortaría las alas. […] No; no le torturaría a su hijo con estudios inútiles, con ideas tristes, no le enseñaría símbolo misteriosos de religión alguna». Pero, mientras tanto, su suegra le cosía un escapulario al pijama del niño.

Cuenta Chesterton en sus memorias que nunca vio en Inglaterra a un padre abrazar a su hijo con tanto cariño y devoción como en España. Esta semana escribía yo en esa red de araña que es Twitter que la mejor revolución que se me ocurre es la de tener muchos hijos y criarlos como españoles. Creo que, dentro de mi ignorancia, quise decir eso que resalta Chesterton. El español puede pasar hambre, pero su hijo no va con la cara sucia.

Puede ser una oración, un credo o una intención firme. «Llamadlas María», clamaba Esperanza Ruiz en su ya antológico artículo. Eso, llamadlas Julia. Mimadles hasta donde llega la paciencia del perfeccionista. Abrazadlos cada vez que salgan del colegio. Dadles un beso de buenos días. Leedles a Homero y a Roald Dahl por las noches. Saltaos el baño un día a la semana. Rezad tres Padre Nuestro cada noche y pedid salud.

No sé si es el camino de perfección, pero sé que es camino de paz. Que no es cosa menor.

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